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Parirás sin dolor: poder médico, género y política

Luchar por un embarazo y parto respetado es reivindicar la autonomía corporal femenina, la capacidad de decidir y de sentir de las mujeres y transformar lo personal en político. Felitti K. (2011)

Parirás sin dolor: poder médico, género y política en las nuevas formas de atención del parto en la Argentina (1960-1980) Karina Felitti Investigadora de Conicet Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género Facultad de Filosofía y Letras / Universidad de Buenos Aires História, Ciências, Saúde – Manguinhos, Rio de Janeiro v.18, supl.1, dez. 2011, p.113-129 Link: http://www.scielo.br/pdf/hcsm/v18s1/07.pdf

Luchar por un embarazo y parto respetado es reivindicar la autonomía corporal femenina, la capacidad de decidir y de sentir de las mujeres y transformar lo personal en político. Felitti K. (2011)

Nuevas propuestas: demandas médicas y femeninas

Durante siglos, el embarazo y el parto fueron vividos por la mayoría de las mujeres como momentos críticos que generaban gran ansiedad y angustia dadas las altas probabilidades de no sobrevivir a ellos. Las madrastras que habitaban los cuentos campesinos y cortesanos medievales eran personajes surgidos de una dura realidad. A su vez, como prueba irrefutable de una actividad sexual previa, el embarazo y el parto fueron considerados por la tradición judeocristiana como un momento de necesario ajuste para una sexualidad femenina que había osado manifestarse (Gélis, 1991). “Multiplicaré los sufrimientos de tus embarazos; darás a luz a tus hijos con dolor. Sentirás atracción por tu marido y él te dominará” (Génesis, 3:16) fue el castigo a Eva por su desobediencia y en ella, a todas las féminas. Miedo, dolor y muerte rodeaban a este evento que fue durante mucho tiempo un acontecimiento vivido entre mujeres. Familiares, amigas y parteras eran las encargadas de acompañar y responder a las necesidades de la embarazada en su propio hogar, realizar las tareas domésticas, cuidar de sus esposos, de sus otros hijos y atender el parto.

El desplazamiento de esta red femenina por parte del poder médico y la institucionalización del parto en los hospitales han sido denunciados recurrentemente por el feminismo como otra manifestación del patriarcado en su afrenta contra la autonomía de las mujeres. No obstante, algunos estudios históricos realizados sobre estos procesos en Europa y en los Estados Unidos han permitido visibilizar a las mujeres en un rol más activo. Al promediar el siglo XIX, muchas mujeres de sectores altos y medios fueron dejando de lado el pudor y comenzaron a requerir la presencia de médicos en el momento del parto, confiando en su mayor capacidad para preservar sus vidas y también por las dificultades que fueron surgiendo para sostener la red femenina, dado el aumento de las migraciones, la falta de tiempo y el relajamiento en general de los lazos solidarios. En este sentido, la hospitalización pudo ser una solución para aquellas más pobres, que no contaban con recursos materiales y humanos propios para sostenerla durante ese período, y una buena opción para las más pudientes, quienes encontraban conveniente que otras personas se encargaran de ellas y de la flamante criatura (Walzer Leavitt, 1986).

Es cierto que antes de que se conocieran las ventajas de la asepsia, muchos médicos trasladaron en sus manos enfermedades mortales y los hospitales funcionaron como grandes focos infecciosos, pero una vez difundidos los descubrimientos de Louis Pasteur y la bacteriología, la mayor destreza de estos varones con los fórceps y en la administración de anestesia los hizo cada vez más solicitados. Entre 1920 y 1950, en los Estados Unidos, la demanda femenina para parir en condiciones seguras y con el menor dolor posible encontró en el método conocido como Twilight Sleep una respuesta que tuvo una rápida adhesión por parte de las mujeres, incluso entre las sufragistas. De origen alemán, este método se basaba en la combinación de morfina y escopolamina, mezcla que liberaba a la parturienta del dolor hasta llegar a provocarle amnesia. Muchas mujeres que deseaban no sentir ni recordar nada sobre sus partos se entregaron a estas prácticas, aunque dentro del propio ámbito médico se generaban grandes debates y se denunciaban sus peligros (Wertz, Wertz, 1989; Walzer Leavitt, 1986). Estas evidencias históricas invitan a repensar la visión romántica sobre los partos atendidos por parteras en un ambiente femenino y doméstico, y a reconocer el papel que tuvieron las propias mujeres en la cesión de confianza y poder a los médicos. Como sostienen estos estudios, para escapar de la muerte y del dolor cedieron tanto que luego fue difícil revertir la situación (Kholer Riessman, 1998).

Entre 1940 y 1950, a medida que la obstetricia fue salvando los peligros de salud más graves – con el uso de antibióticos para tratar las infecciones, la disponibilidad de bancos de sangre para transfusiones, los diagnósticos prenatales con rayos X, la aplicación de oxitocina, la promoción de los cuidados prenatales y la difusión de la anestesia espinal que calmaba el dolor sin que fuera necesario perder la consciencia – las posibilidades de replantear la atención del parto fueron mayores. En este escenario, el obstetra inglés Grantley Dick Read comenzó a difundir sus teorías. De acuerdo a sus observaciones, el temor que vivían las embarazadas era resultado de la desinformación y de los mitos construidos. Para lograr un ‘parto sin temor’ proponía instruir a las mujeres sobre las características del proceso para superar así el síndrome del temor, tensión y de dolor provocado por el desconocimiento. Su método desarrollaba cuatro puntos básicos: educación, respiración correcta, relajamiento y ejercicios concurrentes con la respiración para llegar a un ‘parto natural’. Las clases no debían ser más de diez y en ellas se debían contestar todas las preguntas relacionadas con el parto y también con la concepción; lo más importante era escuchar a las mujeres y responder a sus inquietudes en un lenguaje sencillo. Las embarazadas que asistían a su programa eran instruidas en técnicas de respiración, dietas, posturas, gimnasia y algunas nociones de crianza. La presencia del padre en el momento del nacimiento era recomendada, siempre que tuviera una preparación previa y lo mujer lo deseara (Read, 1959).

Read había desarrollado su teoría observando a los grupos de mujeres con los que trabajaba su esposa mientras vivían en Sudáfrica. Así había llegado a saber cuáles eran las creencias, dudas y temores más frecuentes para poder él, como especialista, brindarles una respuesta. Si bien podía parecer paradójico tener que ‘aprender’ sobre algo que era ‘natural’, Read aclaraba que había sido la cultura la que le había quitado naturalidad al alumbramiento, dotándolo de sentidos negativos y sufrientes. Para eso era la instrucción, para desaprender las falsas creencias y proyectar una imagen feliz del acontecimiento. En ese sentido consideraba al parto como un hecho normal y no como una enfermedad, un acto que producía bienestar y felicidad, una experiencia ‘religiosa’ que representaba el triunfo supremo de la mujer en la que el médico desempañaba un rol secundario.

Basándose en la teoría de los reflejos condicionados del fisiólogo ruso Ivan Pavlov y del método de atención del parto que se aplicaba en toda la Unión Soviética desde fines de la década de 1940, Fernand Lamaze difundió las ideas del ‘parto sin dolor’ en Francia y que, desde allí, se diseminaron hacia otros países. Siguiendo la escuela rusa, Lamaze explicaba que, desde pequeñas, las mujeres recibían mensajes que aseguraban que el parto era doloroso. Estas advertencias creaban una disposición mental que, una vez que éste se desencadenaba, se ponía en acción y se asimilaban todas las sensaciones con el dolor. Por eso era necesario crear una idea positiva sobre el parto y proporcionar a las mujeres un entrenamiento que les permitiera una participación activa por medio de técnicas de relajación, respiración y pujo.

En el contexto de la Guerra Fría, este método fue cuestionado no sólo por los cambios que auspiciaba en la relación médico/paciente, al dar a las mujeres un rol más dinámico y sabotear la maldición bíblica, sino que lo hacían ideológicamente sospechoso por su origen soviético. Lamaze había contado en Francia con el apoyo del Frente Popular y había aplicado por primera vez su método en la maternidad de los metalúrgicos, reforzando así las resistencias entre los más aguerridos opositores a la experiencia comunista. Como señaló Carmen Tornquist (2006), para el caso de Brasil y como veremos luego en la Argentina, las lecturas políticas sobre este ‘modo soviético de parir’ fueron bastante frecuentes.

Para los años 1970 cobraron importancia las ideas de Frederick Leboyer y su ‘parto sin violencia’. Su método instaba a hacerse cargo del temor como un componente ineludible y otorgaba a la mujer y al bebé un protagonismo especial. Era importante generar un espacio de intimidad, un entorno de relajación, sin ruidos y con luz tenue. La posición vertical y la presencia del padre, si esta ayudaba a la relajación, eran altamente recomendadas. Leboyer había observando a las mujeres indígenas pariendo en un río y, viendo sus beneficios, también valoraba el parto en el agua. Los masajes al recién nacido eran otro elemento clave de este método que confiaba en que este tipo de nacimientos ayudaría a acabar con la violencia en el mundo (Leboyer, 2008).

En una pequeña clínica en Pithiviers, en las afueras de París, Michel Odent sostuvo la necesidad de enfrentarse con el propio cuerpo y no escapar al dolor, rechazando el suministro de drogas por sus efectos negativos sobre la madre y el bebé. En esta clínica había montado un cuarto de alumbramiento con poca luz, pintado con colores claros, piscinas de agua tibia para relajamiento y eventualmente un parto bajo el agua. La mujer elegía libremente la posición en la que iba a parir, con libertad de movimiento y expresión, y no había nursery ya que el bebé estaba siempre con su madre. La idea era mantener la atmósfera hogareña, la privacidad, aunque se estuviera en un hospital. Odent rechazaba armar un curso de preparación para el parto ya que consideraba que el entrenamiento terminaba por constreñir la libertad femenina (Odent, 1984).

Tanto Leboyeur como Odent, reivindicaban lo instintivo de la mujer para desarrollar su parto y el carácter prescriptivo de los entrenamientos previos, argumentando que cada embarazada debía bucear en sus propios saberes. Como advirtieron algunas feministas, si bien esta postura tenía la ventaja de sacar al médico del lugar protagónico, esto también podía redituar en una lectura esencialista de lo femenino, en la reivindicación del instinto maternal y en la invisibilidad de la construcción social que pesa sobre ese instinto. A su vez, a pesar de los enunciados que iban en sentido contrario, los médicos seguían ocupando un papel clave. En palabras de Emily Martin (2006), eran los capataces o, en el mejor de los casos, los supervisores del ‘trabajo de parto’.

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